Se reconocieron en la puerta del
banco. El abuelo estaba por entrar después de una hora y media de formar fila
para cobrar la jubilación. Ella salía tras haber terminado su trámite. Luego de
aquella arbitraria decisión de sus padres, jamás habían vuelto a verse. Estaban
deseosos de abrazarse, contarse sus historias, confesar que nunca se habían
olvidado. Ambos evaluaron de reojo todas las posibilidades, pero ninguno atinó
a dar un paso: los separaban varios escalones y ni una sola baranda de donde
aferrarse.
Como cuando el silencio es posible
ResponderEliminary las palabras empiezan a temblar.
Jo, pero podían hablarse, decirse hola, pedir ayuda, hasta acabar juntitos en un banco.
ResponderEliminarO no???
Claro, hubiera sido tan fácil..., pero me quedo sin cuento. Un abrazo, Luisa.
ResponderEliminarBuen micro y buen comentario. Da gusto verlos juntos en el blog.
ResponderEliminar