martes, 23 de octubre de 2012

Complicidad

Estaba prohibido interrumpir al abuelo cuando se encerraba a leer en la biblioteca, a salvo de las voces chillonas de las tías y de los bulliciosos preparativos de la cena. Una tarde, al verme asomar por la puerta entreabierta, cerró enérgicamente su libro. Con gesto severo me indicó que entrara. Me quedé de pie, mudo y apabullado, los ojos fijos en las tapas de cuero verde, que él acariciaba.
—¿Te gusta? —preguntó orgulloso—. Cuando yo no esté, quedará para vos. Por ahora, no lo entenderías.

Treinta años después recibí el libro, junto con otras de sus pertenencias. Heredé, además, la costumbre de aislarme en mi estudio a meditar en silencio. Me valgo siempre del antiguo volumen, con sus cubiertas de cuero, sus cantos dorados y sus trescientas sesenta y cinco páginas vírgenes de tinta.

2 comentarios:

  1. Me gusta el título que has escogido, ciertamente abre el texto a diversas interpretaciones y deja claro que, al final, abuelo y nieto se entendieron.
    Enhorabuena, Mónica, y un abrazo.

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  2. Muchas gracias, Elisa. Fue un placer trabajar este texto con vos, sos una tallerista de lujo. Un abrazo.

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